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jueves, febrero 08, 2007

La tele y la muerte

Son casi las doce de la noche y hoy no he publicado nada (y no habrá sido por escasez de noticias, ¡vaya día!). De modo que he optado por no hablar sobre nada y copiar la segunda de las entradas que en su día escribí en mi otro blog sobre la infancia y la tele, ya sabéis, para ampliar este recopilatorio de "Infancia catódica". El título es el mismo en los dos blogs: "La tele y la muerte". Copio y pego:

Sí, la tele llegó a mi casa antes de la muerte de Franco. De aquel día recuerdo algunos momentos, algunos fogonazos de memoria, pero nada más. Para mí no era más que un señor anciano muerto, con cinco años desconocía las consecuencias políticas de aquel suceso.

Pero hay otro momento de mi más remota infancia con la tele y con un anciano muerto como protagonistas que sí recuerdo bastante bien.

No sé si se sigue haciendo hoy en día, pero en aquellos años, cuando alguien moría en el pueblo se organizaba un velatorio. Lo curioso era que hombres y mujeres velaban el cadáver por separado.

En mi calle murió un anciano (tal vez fuera una anciana, de eso no me acuerdo). En su propia casa velaban los hombres. Como mi casa, la casa de mis padres, era colindante, velaban las mujeres. De repente aparecieron como por arte de magia millones de sillas y millones de mujeres que ocuparon el largo pasillo de mi casa, la entrada, el salón, todo.

Yo no entendía muy bien a qué venía esta ocupación, pero sí sabía que quería ver la tele. Incluso creo recordar que quería ver un capítulo de "Furia", aquella serie del caballo con una mancha blanca en la testuz. Mi madre me explicó por activa y por pasiva que era imposible. Había muerto una persona y no se podía poner la tele. Me pareció una injusticia que gente desconocida tuviera más poder en mi casa que yo mismo. Me enfadé y me enrabieté, pero no monté ningún numerito, simplemente puse una cara muy larga.

Entonces, paseando por el pasillo con esa cara triste y enrabietada oí a una de las señoras decir mientras me señalaba: "Mïralo qué triste está, pobrecito tenía que quererlo mucho".

Yo ni sabía quién se había muerto ni me importaba. A mí lo único que me entristecía era la ocupación de plañideras, pero ese comentario me hizo comprender algo aún siendo tan niño.

De pronto, por esa frase, descubrí el poder de las apariencias. Y lo que es peor, me hizo sentir bien. Había engañado a todas aquellas señoras. De una manera u otra, lo consideré una pequeña gran victoria
.

En la foto, según se lee por la parte trasera, tengo 30 meses. (¿A partir de qué edad se deja de contar en meses y se empieza a contar en años?).

1 comentario:

Galahan dijo...

Gran relato infante, sí señor.

Yo creo que a partir de los 18-24 meses, ya se cuenta en años (o años y medio, como es 30 meses: 2 años y medio).
Por lo menos en las tallas de ropa de crios, así lo hacen. :P

Chau!